¿Quién son realmente esta noche; ellos mismos, lo que fueron ayer, lo que pretenden ser hoy, o lo que no son?
La tierra ha girado, el sol la abandona a la par de su rotación, aparece su nueva amante, la eterna compañera ausente de gravedad que la observa desde la bóveda celeste. Bajo esta mirada la tierra palpita, se viste de noche, las luces se encienden, la música toma el control, los festejos tiñen de luces olor pólvora el espacio infinito haciendo lucir el negro terrenal de manera sublime, dejando una luna atónita, impaciente por un nuevo encuentro… reencontrar en un ciclo infinito vestida a su amante de luz y color.
Quien quiere verse desprovisto de atuendos fastuosos, seductores, elegantes, “bellos”, frente a la mirada de su amante, quizá es porque haya perdido algo de la magia o la rutina ha generado esa confianza que convierte a los amantes mas en “ellos mismos” y los vincula a su “autenticidad”.
¿Vestimos para el otro? ¿ Elegimos nuestros atuendos a la mirada impaciente de un entorno social? ¿Vestimos para ser desnudados? ¿ O realmente nuestros procesos de elección de lo que usamos tienen que ver con una identidad asumida, el sentido de la funcionalidad y comodidad? ¿ O es que quizá hay algo de todo, dependiendo del momento, las circunstancias y el contexto?
Llegada la noche del sábado, los guardarropas se abren preparando a los habitantes de esta tierra a ser lo que no son o a ser lo que realmente son; las corbatas se guardan, el traje se limita a permanecer en un apolillado gancho, la ropa oversize se desliza por la piel, un vestido entallado con destellos dorados se aferra a un cuello largo que esta noche va desnudo, la falda de tubo con aroma de banco queda abandonada en el piso como una grillete sin reo, es obsoleta, carente de sentido, ¿Quién sale esta noche?, ¿Quién se es?.
El cuerpo al nacer, provisto de necesidades, de instintos de vida y muerte, necesita de la mirada y el cuidado del otro para sostenerse y ser, la identidad toma forma en ese lienzo en apariencia blanco, donde los otros depositan deseos, expectativas, sueños que en algún momento se harán propios, y es a través de los otros que el cuerpo se convierte en un escenario donde la ropa protagonizará representaciones cotidianas de quien “se es”, se pretende ser, o se exige que debe ser, azul o rosa, rojo o de de extrema derecha, y un sinfín de etcéteras que el día a día estará postulando o exigiendo.
¿Pero que, de nuestras elecciones cuando ya se tiene plena conciencia de nuestras afirmaciones o negaciones que sobre las ropas y adornos que cubrirán nuestro cuerpo tenemos? Al dejar de tener la ropa como única característica la funcionalidad en relación con la protección y la supervivencia, al reunir atributos de moda, función social, estética, identidad, temporalidad, contexto, etc, sujetan al cuerpo a ese escenario de representación, a un juego interminable de mascaras donde se comunica probablemente quien se es, ya que al vestirse ante la mirada del otro, la ropa pretende y logra un diálogo, donde la intención puede englobar lo auténtico o lo pretendido, enganchar al otro a un diálogo deseado, donde los estereotipos de un contexto determinado inevitablemente evocarán una respuesta a ese diálogo sugerido.
“El cuerpo se convierte en un escenario donde la ropa protagonizará representaciones cotidianas de quien “se es”, se pretende ser, o se exige que debe ser”
Nos vestimos ante la presencia del otro, por el otro, para el otro, ¿o para nosotros mismos?, al estar nuestros cuerpos representados de manera clara o manera ambigua, están en definitiva propiciando ya un diálogo.
Es sábado por la noche, la ciudad esta de luces y las direcciones de sus habitantes van en todos los sentidos, el escenario está en la calle y los diálogos están dados aun sin hablar, ella va totalmente de Prada, ella ha elegido un Versace, en lo absoluto incitan un mismo diálogo, él, de jeans y t shirt blanca de algodón no augurada tras una cadena esperando entrar a ese lugar de aroma y estruendo; él, de chaqueta de cuero y colores Tommy se aproxima a esa cadena donde han de elegir su inclusión. A lo lejos unos ojos desorbitados, una minifalda de lentejuela que denota unas piernas varoniles y asfixiadas de desnutrición, 28 pulseras en un solo brazo, un top como único compañero de su enérgico corazón, collares de fantasía, quizá 12, quizá 14, abruman su estrecho cuello, un caminar pausado sobre sus pies descalzos; los transeúntes evitan de manera irremediable pasar cerca de ella. Todos comunican e incitan a un tipo de diálogo aun sin hablar, existen respuesta a ese diálogo aun sin hablar, ¿Quién son realmente esta noche; ellos mismos, lo que fueron ayer, lo que pretenden ser hoy, o lo que no son? ¿ o siguen siendo como en el baile de mascaras, un cuerpo, escenario de una interminable representación?.